martes, 19 de noviembre de 2013

¿Y si estamos juntos para siempre?

Llorar… ¡Pero no!, sin gritar. Un llanto de esos, de los que ahogas. De los que se te atraganta en la garganta. De los que escuece en los ojos. Y mortifican al alma. Acurrucarte bajo la manta para que nadie lo descubra, para que nadie sepa tu sufrimiento. Para que nadie piense que eres débil. ¡Mentira! ¡No eres débil! Pero en ese momento te sientes pequeño. Manejable. Idiota. Ingenuo. Inocente. ¿Cómo alguien que siempre es fuerte puede encontrar tal revoltijo de sentimientos?, la cabeza dando vueltas, y en el estomago las mariposas han vomitado de tanto revolotear.

Tareas abandonadas, apartadas por el hecho de sentirte indispuesto para hacerlas. ¿Indispuesto? Pero no estás enfermo, ni malo… Sabes que no, pero te encuentras peor que si tuvieras cualquier enfermedad. No hay manera de sacar a esos malditos duendes que juegan en tu cabeza y te causan el mayor dolor de todos. Entonces lloras más. Y el dolor de cabeza aumenta. Y entramos en un bucle, la pescadilla que se muerde la cola. Pero eso te da igual. Tu problema en ese momento es otro.

Indecisa de que hacer, coges el móvil, lo mareas hasta que te decides a encenderlo. Esperas con los últimos rayos de esperanza encontrar un mensaje suyo. Pero como de costumbre te defraudas al saber que no ha pensado en ti. No te extraña, pero te desilusiona igualmente. Piensas si mandarle un mensaje, ¿y si piensa que soy una pesada?, ¿y si no me habla porque no quiere saber nada de mí? Quien sabe…


Te decides a esperar, lleváis sin hablar cuatro días, le dejas como oportunidad tres días más. ¿Y si no te habla? Pues le saludas, aunque sabes que luego no contestará, que de repente pasara de ti, y un mensaje tuyo, que no suponía el final de la conversación, se convertirá, sin serlo, en un adiós improvisado. Y volveremos a la rutina. Semana tras semana desde que le conociste. Los mismos “¿y si...?”, las mismas dudas, y los mismos llantos ahogados. Las mismas noches de cara la pared inventado historias que nunca sucederán, en las que aparece y te ama con locura, y tu sonríes, y dices que tu también… y otro “¿y si...?” se te pasa por la cabeza, el que más te gusta, y el único que te hace sonreír en vez de temblar. ¿Y si estamos juntos para siempre?

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